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jueves, 20 de mayo de 2010

Isabel



Estimada Isabel,
siento la necesidad de perderme en tus ojos,
de dejarme absorber por esos remolinos de color.
Mírame a los ojos y olvídate de todo,
olvida sinsabores penas y llantos.


A veces, sabes, es bueno soñar,
soñar con esa cabaña de madera,
perdida entre limoneros y naranjos,
donde nos embriagaríamos en primavera,
con el perfume del azahar,
donde me embriagaría cada día de ti,
del aroma de tu cuerpo,
de tu cálida ternura que iría lloviendo sobre mí,
incesantemente hasta empaparme de amor.


A veces, sabes, llueve,
y en esos momentos todo es suave,
mi mente configura recuerdos que nunca han existido,
contra la frialdad del cristal mojado,
son instantes de una intimidad extrema,
pensamientos llenos de todo aquello que deseo.


A veces, sabes, cae una cortina espesa sobre todo,
como una ola de mar rompiendo sobre la arena,
llevándose tras de si, las palabras, los sentimientos,
que parecen flotar sobre esa mar,
quietos, inmóviles,
esperando un gesto que los reviva.


A veces, sabes, te imagino sobre las sabanas,
y mis dedos van recorriendo tu cara, tu cuello, pechos y caderas,
hasta perderse en el vientre plano,
en el sexo ardiente y oscuro.


Isabel, las palabras que nos decimos, sin hablar,
no son frases perdidas,
ni el deseo se desvanece entre sombras,
queda ahí, entre los dos.


Si cierro los ojos,
te haces tan presente,
que te podría abrazar.

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